Los extraterrestres
Voy en el Metro. Es una de esas mañanas en las que el vagón va atestado de gente. Todos los asientos van ocupados, así que voy de pie, apoyado en una de las puertas que no se abren. De repente, por casualidad, me fijo en una joven que va escuchando música en sus cascos. Tiene cara de estar en otro mundo, muy lejos de allí.
La música la absorbe por completo. Probablemente, no se da ni cuenta de lo que sucede a su alrededor. Nos ignora del todo.
Observándola no puedo dejar de pensar en el gran número de personas que escuchan música de ese modo mientras van en el Metro o andando por la calle. Sin ir más lejos, en el vagón, descubro a cinco personas más que van escuchando música con sus cascos, totalmente ajenas al mundo que les rodea. Pero no son los únicos que “pasan” del mundo. Hay otras personas que permanecen aisladas, totalmente ensimismadas. En un asiento cercano a mí, veo a un muchacho que sostiene entre sus manos unas de esas pequeñas consolas de videojuegos que causan furor entre los adolescentes y entre otros que no lo son tanto. ¿Está matando marcianitos? ¿O pilotando un coche de Fórmula I en un Gran Premio Internacional? ¿O tal vez juega un emocionante partido de fútbol? El caso es que no está en el Metro, sino muy lejos de allí. Y como él, debe haber cientos, qué digo, miles de personas en esta ciudad, en el mundo entero. Ahora, mientras el tren se desliza por el largo túnel negro que debe conducirme a mi destino, pienso en todas las personas en el mundo que en estos momentos están viviendo fuera de él, que por diversas circunstancias, permanecen ajenos a la realidad más cercana. Pienso en las personas que hablan a través de un móvil, y que apenas son conscientes de lo que sucede a su lado; en las personas que leen en el Metro o en el autobús, en cualquier circunstancia de la vida, y que experimentan vicariamente los sinsabores y alegrías de otras vidas; en las personas que ven una película en la aislante penumbra de un cine; en los amantes que se devoran a besos en cualquier rincón, en cualquier esquina, y cuyos besos les elevan por encima de la prosaica realidad de cada día; en los niños que juegan a ser otras cosas- cowboy, pirata, enfermera, superhéroe-, y que rechazan la dura y aburrida vida de los adultos; en los locos que viven una realidad paralela a la nuestra, no menos verdadera ni menos sorprendente. Hay tantas y tantas personas que viven fuera de este atribulado mundo, ya sea por su propia voluntad o porque el destino y las circunstancias de la vida se lo imponen, que resulta cuando menos asombroso que las cosas funcionen siquiera tan mal como lo hacen. Si lo pensamos bien, son pocos los que están en este mundo, y estos, deseando abandonarlo de alguna manera. Yo mismo decido sumarme a los millones de “extraterrestres” que viven en el planeta y saco mis cascos para escuchar un poco de música. Adiós, mundo. Hola, mi mundo.