La liebre blanca
Una vez más, leo una noticia en la prensa que me deja tristemente sorprendido. En Santa María de los Llanos, un pueblo de Cuenca, han cazado una liebre albina, es decir, 100% blanca. Se trataba de un ejemplar único, como Copito de Nieve, un caso rarísimo, pues el albinismo es una variante escasamente frecuente en la Naturaleza, y el artículo señala que las posibilidades de que el animal haya dejado una "descendencia blanca" son mínimas. Vamos, que será prácticamente imposible, al menos en muchísimos años, volver a ver una liebre albina campeando y brincando por tierras manchegas.
No puedo dejar de pensar, a tenor de lo que cuenta esta noticia, en la complicada relación del hombre con la Madre Naturaleza. En esa arraigada manía que tiene el género humano de "cargarse" o encerrar todo lo que es único y diferente en vez de conservarlo y cuidarlo como si fuese una extraña joya. De modo que vemos un animal irrepetible, un prodigio de la genética, y le metemos una perdigonada, aún sabiendo que nunca volveremos a toparnos con algo semejante. Además, la muerte de este bonito ejemplar de liebre no es fruto de la casualidad: al parecer, el animal había sido avistado hacía un año y medio, y desde entonces se había convertido en un objetivo de todas las batidas de caza. En fin, que tiempo hemos tenido para meditar acerca de lo que íbamos a hacer, para darnos cuenta de que si matábamos a la liebre, no volveríamos a verla jamás. Ahora, el animal va a ser disecado y formará parte de alguna colección de trofeos cinegéticos. ¿Podrá el poseedor de la misma comparar la belleza de un animal vivo con el gélido hieratismo de una pieza embalsamada? Así somos los hombres: irresponsables, diabólicamente egoístas. Queremos poseerlo todo, incluso lo que no nos pertenece, la fugacidad blanca de una liebre albina.