domingo, agosto 28, 2005

Túnez 2 (Notas en diferido de un viaje)

Continúo con mi historia. Después de superar el control de pasaportes y recoger nuestro equipaje en la cinta transportadora, nos dirigimos al mostrador donde nos esperaba "el hombre de la agencia de viajes". Lo habitual en estos casos, vamos. Eran más de las doce de la noche, estábamos agotados por las largas horas de espera y, cuando tomamos asiento en el autocar que debía conducirnos al hotel, todos pensábamos que éste se encontraba en la capital, a un paso del aeropuerto. Pero nos equivocábamos. Después de una hora corriendo a toda velocidad por las carreteras tunecinas, me acerqué al "hombre de la agencia" y le pregunté si quedaba mucho. Sí, si quedaba mucho. Quedaba cerca de una hora y media. En definitiva, llegamos al hotel casi a las cuatro de la madrugada. Pero esto no era lo peor, lo peor es que al día siguiente debíamos levantarnos a las 7 de la mañana. Pero en fin, qué se le iba a hacer. Así de dura es la vida del turista occidental. Además, cuando uno realiza esta clase de exhaustivos circuitos, suele manifestar una energía extraordinaria y desconocida. Personas que en su lugar de residencia habitual se pelean cada mañana con el despertador, ahora contemplan con una sonrisa el amanecer; estómagos apáticos y melindrosos, que en circunstancias normales serían incapaces de deglutir una mísera galleta, ahora reciben con alborozo toda clase de grasientas viandas; personas que jamás han abierto un libro, que jamás han manifestado el menor interés por los temas históricos, durante estos viajes escuchan boquiabiertos las explicaciones que un guía local da acerca de determinados mosaicos romanos. Es como si nos transformásemos, como si fuéramos otros, como si un superhéroe viajero e incansable se apoderase de pronto de nuestra personalidad. Y ya nos pueden echar horas de viaje o alimentarnos con todo tipo de bazofias, que nosotros siempre querremos ver más, saber más, viajar más. Y efectivamente, a las 7 y media de la mañana ya estábamos todos despiertos, desayunados y esperando con impaciencia el comienzo de nuestro viaje por el desierto. Frente a la entrada del hotel, una nube de turistas revoloteaban nerviosos alrededor de media docena de Land Rovers. Entonces, apareció el guía oficial del tour, un hombre ya entrado en años, moreno y con barba, y que, para nuestra absoluta desolación, se expresaba en un pésimo español, una mezcla apenas inteligible de nuestro idioma con francés e italiano. El Guía nos presentó a los conductores de los Land Rovers en los que viajaríamos, montamos en el vehículo al que habíamos sido asignados, los motores se pusieron en marcha y, oficialmente, dio comienzo el viaje.
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martes, agosto 02, 2005

Túnez 1 (Notas en diferido de un viaje)

Se supone que los aviones fueron inventados para ganar tiempo y así aprovechar mejor nuestra breve vida, pero uno comienza a dudar seriamente de la validez de esta afirmación cuando lleva varias horas en un aeropuerto esperando la llamada de embarque, con la espalda dolorida y apoyada en un incómodo asiento de plástico, sudoroso y agotado, en un estado de constante inquietud, producido en buena medida por todas esas voces femeninas y nasales que anuncian sin parar el despegue de un avión que nunca es el nuestro. Entonces, perdemos nuestra fe en las supuestas bondades de la aeronáutica, y los jactanciosos anuncios de las compañías aéreas, que nos hablan de velocidad y comodidad, se nos antojan expresiones de una broma cruel y sin gracia. ¿Acaso valen menos estas horas que paso, rodeado de personas desconocidas y desesperadas como yo, que las que podría pasar en mi casa o en el trabajo? Echamos de menos los autocares y trenes de antaño, con su rítmico traqueteo y su olor a tortilla de patatas y filetes empanados. Y como auténticos amish, maldecimos el progreso. Esta era más o menos la situación en la que me encontraba (yo, mis compañeros de viaje y unos cuantos cientos de personas más) el día 4 de julio sobre las 9:50 horas, unos minutos antes de que por fin lográsemos embarcar en el avión que debía llevarnos a Túnez. Me ahorraré los detalles del vuelo y de los primero momentos de nuestra llegada a la capital árabe (esto no pretende ser un diario de mi viaje, sino más bien una serie de anotaciones sobre mis impresiones durante el mismo), sólo diré que llegamos muy, muy tarde, prácticamente al otro día, pues ya eran más de las 0:0 horas cuando por fin entramos en la sala del aeropuerto destinada al control de pasaportes. Y aquí precisamente tuvo lugar la primera historia que me parece digna de ser contada y que podría titularse de esta manera:
El hombre sin cara
Sí, un hombre al que le faltaba buena parte de la cara. Como he dicho, estábamos en el aeropuerto de Túnez. Un numeroso grupo de personas, más de 200, nos apelotonábamos en una espaciosa sala, formando varias filas desiguales e informes que se dirigían a los puestos de control aduanero. Allí había multitud de rostros, todos diferentes. Niños, mujeres, hombres, ancianos; pieles blancas y sonrosadas, morenas, negras; cabellos rubios, negros, lacios y ensortijados; y un abigarrado muestrario de prendas y ropas: todos los colores, todas las formas, todos los tejidos. Mis ojos lanzaban rápidas miradas a la sala, sin apenas distinguir los rostros y cuerpos que allí se acumulaban. Hasta que de repente una de aquellas caras atrajo mi atención. Al principio no supe muy bien por qué. Era un hombre negro, ataviado con una túnica típicamente africana y un sombrero con forma de caja circular. Parecía recién llegado de una fiesta en honor de un rey africano. Una enorme y blanca dentadura brillaba en mitad de su rostro y en un principio pensé que no podía distinguir el resto de sus facciones a causa de la extrema negrura de su piel. Luego, cuando le observé mas detenidamente, me di cuenta de que no tenía nariz, ni tampoco labios con que ocultar sus dientes. Si le mirabas de perfil, veías un rostro chato y amorfo como un pequeño saco de patatas; de frente, parecía llevar una mascara de madera (una máscara terrible, con ojos resplandecientes de odio y una sardónica sonrisa en forma de media luna), como si hubiera participado en alguna ceremonia salvaje y hubiera olvidado quitársela. Era, sencillamente, una visión espantosa. Sin embargo, nadie de los que allí estaban, turistas civilizados y presumiblemente poco acostumbrados a estas muestras de exotismo descarnado, parecía advertir la presencia de nuestro hombre, que, como todos, avanzaba lentamente hacia los puestos de control en medio de la indiferencia general. Quizá cada miembro de aquel batallón turístico estaba pensando en sus cosas: en el tiempo que había perdido en el aeropuerto, en esas pastillas para el estreñimiento que habían olvidado, en esa mancha de tomate que se habían echado en su camiseta más bonita, en cuántas pesetas serían un dinar, en esa llamada que tendrían que hacer nada más llegar al hotel, y un sinfín de cosa por el estilo. Quizá los que se fijaban en él, no querían volver a mirarle a la cara, para que así, su terrorífica máscara no se colase en sus sueños de turista ilusionado y les aguase el resto de las vacaciones.
Por mi parte, decidí sumarme a la indiferencia de mis compatriotas y no dije nada a mis compañeros de viaje. Tampoco deseaba que ellos comenzasen su viaje por Túnez con una impresión tristemente desagradable. Dejé de mirar al hombre sin cara y, como un turista feliz y desconectado del mundo, seguí avanzado hacia el control de pasaportes.

martes, julio 26, 2005

La vuelta

Ya estoy aquí de nuevo. Y lo digo en un doble sentido. Porque ya estoy aquí de nuevo, en este mi blog, en el que hacía mucho tiempo que no escribía; y ya estoy aquí de nuevo, en Madrid, tras mis vacaciones en Túnez. Han sido unos días maravillosos. Sol, desierto, playas, camellos, arena en los ojos y en la boca... En fin, las clásicas vacaciones de un ciudadano occidental en un país en vías de desarrollo. He vuelto, pero no es un retorno triste y frustrante. No. Las vacaciones representan casi siempre una oportunidad para viajar, conocer gente, descansar, practicar nuestros hobbies, romper con la rutina diaria y olvidarse del mundo durante unos días -un periodo de adorable excepcionalidad intercalado en la uniformidad de nuestra vida-; pero no por ello, debemos despreciar el resto del año. Sería como comernos la guinda y dejar en el plato la tarta de nata. La vida continúa y eso, de por sí, es una maravilla. Asistamos, pues, al milagro diario con nuestra acostumbrada perplejidad y disfrutemos del resto del viaje.

Por cierto, hablando de viajes, voy a tratar de poner por escrito mis experiencias como turista en Túnez. Experiencias, vivencias y, sobre todo, reflexiones surgidas a lo largo de mi viaje. No sé cómo llamaré a estas notas viajeras... No quiero ponerme en plan trascendental. Yo vi cosas, cosas que me hicieron pensar, y como tal vez, puedan interesarle a alguien, aquí van.

sábado, mayo 21, 2005

Lápiz y papel

En algún lugar de este planeta hay un nuevo Cervantes, un nuevo Shakespeare, un nuevo Homero, esperando su momento de gloria. Este genio ignorado reune todas las cualidades que hacen de un escritor un autor excepcional: talento, chispa, imaginación, lenguaje florido, intuición psicológica, capacidad introspectiva, instinto. Le faltan, sin embargo, dos elementos imprescindibles para hacer realidad su magna e influyente obra: lápiz y papel.

domingo, mayo 15, 2005

El gran egoísta

Lo confieso. Yo no leo blogs. Al menos, no los leo con asiduidad. La mayoría de los que he encontrado me parecen banales, frívolos, carentes de interés, y, sobre todo, mal escritos, pésimamente redactados. Mi amigo P. (que entiende mucho de estas cosas modernas) me ha recomendado alguno que otro que no está mal, pero en general, los blogs de mis congéneres me aburren soberanamente. Francamente, prefiero leer una novela, un buen poema, un buen cuento... Y sin embargo, nada me gustaría más que mi blog fuese leído por millones de personas, por todo el planeta, por el universo entero... ¿Egoísmo? ¿Egocentrismo? Pues tal vez sí, por qué negarlo. No soporto los blogs de los demás, pero quiero que se traguen el mío. En fin, nadie es perfecto.

martes, abril 26, 2005

Forever young

Hace unos días un buen amigo me llamó por teléfono y me propuso que fuéramos a ver un concierto de rock. No, no tocaba ninguna estrella del rock and roll o del pop, ningún grupo emergente o de vanguardia. Actuaba su hijo: un chaval que no llegará a los 20 años y que toca el bajo con el mismo entusiasmo con el que yo tocaba la guitarra a su edad. Viéndole, en aquel local lleno de chicos y chicas jóvenes, y mientras trataba de que su padre no me empapara la camisa con las babas que derramaba por su retoño, me sentí más viejo que nunca. ¿No debíamos ser su padre (mi amigo es pianista y compositor aunque no viva de la música) y yo (que me precio de gran guitarrista) los que teníamos que estar allí arriba, en el escenario? Cuando finalizó la actuación y tras los saludos y felicitaciones de rigor, miré mi reloj. Las once y cuarto. Tengo que irme. Mañana tengo una reunión (mentira cochina) y debo levantarme temprano.
Salimos a la calle y, como siempre que me ha sucedido cuando abandono un sitio cerrado y atestado de personas, la frescura del aire nocturno disipó mis angustias y restituyó mi alegría vital. En fin, qué más daba: por mucho que pasase el tiempo, en mis sueños seguiría siendo eternamente joven.

lunes, abril 18, 2005

Sobre el Yo

El hecho de que en el 75% de las fotos que aparecen en este blog salga yo, podría producir la falsa impresión de que el autor de los textos es un narcisista exacerbado. Nada más lejos de la verdad. Lo que realmente sucede es que no tengo más fotos que estas y algunas de paisajes que amablemente me envían ciertas personas y que de momento no he incluido porque no vienen mucho a cuento. Así que de momento me limito a poner las que tengo y sobre las que puedo hacer algún comentario. Sí, éste que aquí veis soy yo. En esta ocasión, mi retrato aparece impreso en la superficie de lo que da la impresión ser un suéter o un jersey. ¿Distorsión? ¿Deformación? ¿Permitiría un narcisista semejante tratamiento visual? Pues tal vez sí, pero éste no es el caso. En cualquier caso, este blog es un blog bastante particular y subjetivo, centrado exclusivamente en mis opiniones sobre lo que acontece en el mundo y sobre las impresiones que recibo de éste. Resulta evidente que no se trata de un blog temático y que todas las opiniones vertidas son completamente personales. Visto desde este punto de vista, he de reconocer que este blog es meramente un ejercicio de puro narcisismo. Rezuma subjetividad por todos lados. Pero ¿es posible hallar algo de objetividad en este mundo? Creo que no. Al fin y al cabo, todos analizamos y sentimos el universo, lo que nos rodea, desde un punto de vista exclusivamente personal. No existe nada más que nuestro pensamiento, no hay más ojos y oídos que los nuestros. De hecho, siempre me he preguntado, desde mi tierna infancia (así de raro era y soy), cómo seremos cada uno en realidad. Quiero decir, la imagen que de nosotros tenemos es la que reflejan los espejos, la que captan las fotografías y las cámaras de cine y vídeo; muy bien, pero no dejan de ser nuestros ojos los que reciben esa información visual y nuestro cerebro el que la procesa y la convierte en imágenes. Así que, en realidad, nunca sabremos cómo somos realmente. Sólo, cómo nos vemos, como nos entendemos. La ciencia demuestra que los animales ven el mundo de una manera que no tiene mucho que ver con la nuestra. El universo, desde el punto de vista de un caballo, es completamente diferente al mundo que nosotros percibimos y sentimos. ¿Cuál es la realidad de la realidad? ¿Son las cosas como creemos que son o son de otra manera? El solipsismo es una corriente filosófica que admite la existencia de uno mismo, de los pensamientos y sentimientos del individuo pensante, pero que reconoce la imposibilidad de demostrar la existencia del resto del universo. Es decir, yo sé que existo, porque pienso y siento, pero no sé si lo demás no es sino fruto de mi imaginación, un sueño, una fantasía, una percepción que no posee entidad real. No es una tontería. Descartes, en su Discurso del Método, se enfrentó con mucha seriedad al problema y necesitó la ayuda de Dios para poder demostrar la existencia de un universo real más allá del propio pensamiento. ¿Y ustedes qué opinan?

martes, abril 12, 2005

Escribir

Cada día aparecen en la Red unos 35.000 nuevos blogs o bitácoras (así llamamos en castellano a esta especie de diarios electrónicos que según algunos constituyen el fenómeno más novedoso y esperanzador de las nuevas comunicaciones), pero más del 90% desaparecen a los pocos meses. ¿Motivos? Fundamentalmente, abulia, dejadez, falta de vocación; en definitiva, que la gente se cansa y decide dedicar su tiempo a otros menesteres más productivos como echarse la siesta o hurgarse en la nariz. La verdad, no me extraña. Yo lo comprendo perfectamente. No creo que haya habido un solo escritor en la historia de la literatura al que no se le haya planteado alguna vez la duda entre seguir escribiendo, desperdiciando así los mejores años de su juventud, o simplemente vivir tranquilamente y sin preocupaciones como cualquier otro hijo de vecino. Escribir, digan lo que digan, es una acto heroico, un acto que nos ennoblece y nos ensalza como seres humanos, pero que al cabo no resulta tan gratificante como atragantarse con una buena mariscada o rascarse la espalda con un palo. Por eso, muchas veces los que queremos escribir, nos obligamos a escribir. "Escribe, escribe", grita tu enojada conciencia, "escribe, aunque sólo sea una línea. Sólo es escritor el que escribe". Bueno, eso último no me lo creo. Rulfo y otros muchos escritores se tiraron sin escribir casi toda su vida y todo el mundo les sigue considerando escritores. ¿Y Rimbaud? Dejo de escribir a los 18 años y se fue a vender armas a Etiopía. Y nadie pone en duda su valor literario como uno de los grandes de la poesía gala. En fin, cosas que pasan.
Pero bueno, yo ya no sé porque escribo esto, qué tiene que ver con el tema de los blogs. Ah, sí. Todo este discurso ha surgido porque he comentado al principio que más de un 90% de los blogs que aparecen diariamente en la red desaparecen al cabo de unas pocas semanas. Blogs de vocación escasa y vida efímera. ¿Cuánto durará el mío? Nadie, ni yo mismo, puede saberlo. Su redacción constituye para mí un magnífico ejercicio de estilo, una responsabilidad auto impuesta que me obliga a escribir de vez en cuando aunque sólo sea por una cuestión de vanidad artística, un pequeño escaparate donde exhibir ante el mundo mis ideas, mis sentimientos y mis elucubraciones. Pero el fantasma de la desgana nos acecha constantemente a todos los que decimos que queremos ser escritores y escribir. Tal vez un día, desesperanzado y agotado, decida sepultar este blog en el olvido. Pero hoy, desde luego, no es ese día.

sábado, marzo 26, 2005

Física, imaginación y "agujeros negros"

Leo un artículo sobre Stephen Hawking, el genial físico británico que ha teorizado sobre la existencia de los "agujeros negros" en el universo, y a quien una terrible enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, mantiene recluido en una silla de ruedas. La enfermedad le fue diagnosticada con poco más de veinte años y desde entonces su capacidad de movimiento se ha ido reduciendo paulatinamente con el transcurso de los años. Hoy en día, Stephen Hawking ya no puede hablar, por lo que se comunica gracias a un sintetizador de voz conectado a un teclado de ordenador que acciona gracias al poco movimiento que aún le queda en la mano izquierda. Su voz cibernética y metálica continúa hablándonos de las maravillas del universo, desvelándonos sus secretos, aportando luz donde sólo había oscuridad. Podríamos describir a Stephen Hawking como una de las mentes científicas más relevantes de nuestro tiempo encerrada en un cuerpo débil e inane. Una curiosa paradoja que parece sugerir la existencia de factores que quizá no dependan de las leyes de la Física y que sin embargo doten al universo de un significado que escapa a nuestro entendimiento. ¿Cuántas veces habrá meditado sobre el tema el propio Hawking? ¿Por qué a mí? ¿Por qué? Y ese "por qué" abarcará una doble interrogante: ¿Por qué esta cruel enfermedad? ¿Por qué tanta inteligencia?
Stephen Hawking se ha propuesto averiguar las verdades últimas del Universo. Esas preguntas que, lejos de ser retóricas, nos inquietan y constituyen motivo de angustia para la mayoría de los seres humanos en algún momento de su existencia. Me refiero a los consabidos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Según el científico británico es posible saber las respuestas y él está muy cerca de alcanzarlas. Su cerebro está en pleno funcionamiento, compitiendo contra el tiempo y la enfermedad en una dura carrera cuya meta no es otra más que el conocimiento total y absoluto: la omnisciencia. Pues bien, yo que no soy científico, no puedo sustraerme a la tentación de imaginar un posible final para esta historia. Un final que quisiera ser "borgiano", que podría ser digno colofón para esta historia de ironías y paradojas como es la de Stephen Hawking. Venga, cerrad los ojos y dejad volar vuestra imaginación por unos momentos. Tras muchos años de esfuerzos mentales, Stephen Hawking ha conseguido averiguar esas verdades a las que antes aludía. Sabe por qué estamos aquí, quiénes somos, adónde vamos, todo eso. Ahora conoce las leyes del universo como los jueces conocen el código penal. Y también, cuál es nuestro futuro, y el sentido de todas las cosas, el de nuestra existencia. En definitiva, lo sabe todo. Henchido de satisfacción, se dispone a dar la noticia al mundo, a transmitir sus conocimientos a la Humanidad, como un nuevo Prometeo anclado en una silla de ruedas, pero entonces, sólo entonces, se da cuenta de que ha perdido definitivamente su ya escasa capacidad de movimiento. Ya no puede accionar el teclado que le mantiene en comunicación con el mundo. Apenas puede respirar. Stephen Hawking ha quedado reducido a un vegetal pensante. Los miembros del equipo que le atiende le miran con benevolencia; él les mira con una pena infinita. En su cerebro se almacenan todos esos conocimientos que el Hombre ha buscado incansablemente desde el principio de los tiempos, las repuestas a todas las preguntas. Y sin embargo, nunca saldrán de allí, nunca traspasarán la frontera de su mente. Stephen Hawking llora en silencio. Le gustaría gritarles a todos que él sabe lo que está pasando, de qué va el Universo, por qué somos así, pero no puede, su boca está sellada, y cuando su cerebro muera, morirán con él todos sus conocimientos, todas las respuestas. Entonces, tal vez, Hawking piensa en Dios, Y averigua una última verdad de propina. Las circunstancias de su vida no dejan lugar a dudas: Dios le ha gastado una broma, ha estado jugando con él todo el tiempo. Tal vez sea el precio que haya que pagar por saberlo todo: saberlo y no poder contarlo. Entonces, Hawking sonríe interiormente y muere.
Venga, no digáis que a Jorge Luis no le gustaría.

martes, marzo 01, 2005

¿Un paraíso helado?

Esta foto la hizo mi mujer con su móvil. Y me viene muy bien para ilustrar el comentario que hice ayer acerca de la nieve. ¿A quién le puede gustar esto? Sólo a los osos polares y a los pingüinos. Yo, particularmente, preferiría estar en una soleada playa del Mediterráneo o del Caribe.