viernes, diciembre 12, 2008

Los extraterrestres

Voy en el Metro. Es una de esas mañanas en las que el vagón va atestado de gente. Todos los asientos van ocupados, así que voy de pie, apoyado en una de las puertas que no se abren. De repente, por casualidad, me fijo en una joven que va escuchando música en sus cascos. Tiene cara de estar en otro mundo, muy lejos de allí.
La música la absorbe por completo. Probablemente, no se da ni cuenta de lo que sucede a su alrededor. Nos ignora del todo.
Observándola no puedo dejar de pensar en el gran número de personas que escuchan música de ese modo mientras van en el Metro o andando por la calle. Sin ir más lejos, en el vagón, descubro a cinco personas más que van escuchando música con sus cascos, totalmente ajenas al mundo que les rodea. Pero no son los únicos que “pasan” del mundo. Hay otras personas que permanecen aisladas, totalmente ensimismadas. En un asiento cercano a mí, veo a un muchacho que sostiene entre sus manos unas de esas pequeñas consolas de videojuegos que causan furor entre los adolescentes y entre otros que no lo son tanto. ¿Está matando marcianitos? ¿O pilotando un coche de Fórmula I en un Gran Premio Internacional? ¿O tal vez juega un emocionante partido de fútbol? El caso es que no está en el Metro, sino muy lejos de allí. Y como él, debe haber cientos, qué digo, miles de personas en esta ciudad, en el mundo entero. Ahora, mientras el tren se desliza por el largo túnel negro que debe conducirme a mi destino, pienso en todas las personas en el mundo que en estos momentos están viviendo fuera de él, que por diversas circunstancias, permanecen ajenos a la realidad más cercana. Pienso en las personas que hablan a través de un móvil, y que apenas son conscientes de lo que sucede a su lado; en las personas que leen en el Metro o en el autobús, en cualquier circunstancia de la vida, y que experimentan vicariamente los sinsabores y alegrías de otras vidas; en las personas que ven una película en la aislante penumbra de un cine; en los amantes que se devoran a besos en cualquier rincón, en cualquier esquina, y cuyos besos les elevan por encima de la prosaica realidad de cada día; en los niños que juegan a ser otras cosas- cowboy, pirata, enfermera, superhéroe-, y que rechazan la dura y aburrida vida de los adultos; en los locos que viven una realidad paralela a la nuestra, no menos verdadera ni menos sorprendente. Hay tantas y tantas personas que viven fuera de este atribulado mundo, ya sea por su propia voluntad o porque el destino y las circunstancias de la vida se lo imponen, que resulta cuando menos asombroso que las cosas funcionen siquiera tan mal como lo hacen. Si lo pensamos bien, son pocos los que están en este mundo, y estos, deseando abandonarlo de alguna manera. Yo mismo decido sumarme a los millones de “extraterrestres” que viven en el planeta y saco mis cascos para escuchar un poco de música. Adiós, mundo. Hola, mi mundo.

miércoles, octubre 29, 2008

La máquina del tiempo

El metro es una máquina del tiempo. Lo descubrí un día que no había conseguido asiento y me aburría soberanamente. Normalmente, suelo entretenerme leyendo un libro, pero sostener entre tus manos un volumen del peso de “Guerra y paz” exige una fortaleza muscular que a primeras horas de la mañana estoy muy lejos de poseer. En la ocasión de la que hablo, para hacer más llevadero el viaje por el subsuelo madrileño, me distraía examinado los rostros de mis compañeros de vagón. Nada especial. Semblantes ojerosos y cansados, expresiones meditabundas y hastiadas. Lo de siempre. Yo me fijaba en sus ropas, en sus zapatos, trataba de leer los titulares de los periódicos ajenos. Dejaba que mi mirada se pasease libremente por el vagón, como un papel arrastrado por el viento que va de un lado a otro sujeto al capricho del azar. Y de repente lo vi. Estaba en un extremo del vagón, apoyado contra la pared. Debía tener unos cincuenta años. Su melena gris y algo revuelta le caía por encima de los hombros. Una barba rala, de varios días, contribuía a acrecentar la expresión hosca de su rostro atezado. Sus ojos, pequeños y marrones, brillaban irritados bajo unas espesas cejas grises. Todos sus gestos y ademanes expresaban una ira sorda, soterrada, una ira enquistada que formaba parte de su personalidad tanto o más que su greñuda melena gris. Qué más daba que estuviéramos en el metro, rodeados de jóvenes conectados a su reproductor de mp 3 y mujeres vestidas con sus ceñidos pantalones vaqueros último modelo. Aquel hombre no pertenecía al siglo XXI. Aquel hombre parecía sacado de una de esas coléricas masas de parisinos que jaleaban a los aristócratas que iban a ser guillotinados en plena Revolución Francesa. Aquel hombre hubiera podido formar parte de un tribunal revolucionario a lo Robespierre. Su rostro pertenecía al siglo XVIII, y no al XXI. Era un extracto del pasado, un retal de otros tiempos, viajando en un ambiente anacrónico, ignorante o no de sus propias circunstancias.
Entonces me di cuenta de que si había podido encontrar a aquel iracundo jacobino entre mis supuestos contemporáneos, no había razón para no pensar que tal vez pudiera encontrar fragmentos de otras edades, de otros siglos, de otros periodos históricos. Alcé mis nuevos ojos de arqueólogo y recorrí con atenta mirada el vagón. Efectivamente, no viajábamos solos. Sentada frente a mí, dormitaba una oronda dama que muy bien hubiera podido atender a los bulliciosos parroquianos de un mesón del siglo XVII español. No entraré en detalles: confiad en mí. Sólo os puedo asegurar que aquellos mofletes colorados y aquel busto generoso no conjuntaban con aquella rebeca de lana ni con aquellos pantalones marrones de tergal. Pero no era la única viajera del tiempo. Dos asientos más allá, un joven patricio romano leía un periódico gratuito. Luego fui descubriendo más personajes del maravilloso libro de Historia cuyas páginas había abierto. Un cavernícola se frotaba la espalda contra una barra metálica. En un rincón un caballero templario contemplaba con mirada ensoñadora la esbelta figura de una dama de compañía de la reina Cleopatra. Las puertas automáticas dejaron entrar a un vaquero del Far West, luego a un monje escapado de un monasterio medieval, a una dama de principios del siglo pasado de esas que Proust describe tan bien en sus novelas. También viajaban junto a mí un emperador chino, un cantante de blues de los años 30, un guerrero maya. Cuando subía las escaleras mecánicas me topé con una aristócrata del Siglo de las Luces que, sin saberlo, bajaba las escaleras tranquilamente, probablemente al encuentro del greñudo revolucionario que yo había visto poco antes. Salí a la calle un tanto aturdido por aquel repentino viaje en el tiempo. No quise seguir mirando los rostros de los transeúntes con los que me cruzaba. Dejé que la Historia siguiese agazapada tras las esquinas y escondida en los portales y seguí mi camino.

martes, octubre 07, 2008

El planeta de los simios

Leo una noticia en Internet que me sorprende y me divierte al mismo tiempo. Al parecer, en Japón, el dueño de un bar de sake emplea a macacos como camareros. Los monitos sirven y reparten las bebidas a los complacidos clientes y lo hacen con la presteza y la finura del mejor de los barman. La noticia es realmente curiosa. Estoy en contra de la explotación de los animales, y de la explotación de los seres humanos por los seres humanos, pero hay que reconocer que es realmente gracioso ver a los pequeños macacos llevar las bebidas de un lado a otro, vestidos con sus chalequitos de camarero y recibiendo el agradecimiento de los divertidos parroquianos.
Hasta aquí la parte graciosa del asunto, porque en realidad, esta anécdota es más siniestra de lo que a simple vista parece. ¿Alguien ha visto una película cuyo título original es "Conquest of the Planet of the Apes" (La conquista del planeta de los simios, vamos)"? Este film es una "precuela"/secuela de "El planeta de los simios", la famosa película protagonizada por Charlton Heston, y narra, entre otras cosas, cómo los monos se adueñan de la Tierra y acaban con la tiránica civilización humana... La tesis propuesta es muy sencilla: en una sociedad futura en la que, a causa de una plaga mortífera, han desaparecido perros y gatos, éstos han sido sustituidos por chimpancés y otros primates, que además ejercen funciones de sirvientes y criados.Vamos, que entre otras muchas cosas, hacen lo que estos macacos de Tokyo: currar de camareros, obreros, mineros, etc...¿Y qué es lo que pasa? Pues que al final, los simios, hartos de sufrir tamaña explotación, se rebelan y se alzan en armas contra los humanos...Es el fin de nuestra civilización...Sí, ya sé que es una película, que los macacos no son tan inteligentes como los chimpancés, que ni siquiera éstos podrían empuñar un fusil...pero, por algo se comienza...¿Quién sabe? En la película, los monos, debido al constante contacto con los humanos, aprendían lo suficiente para sabe que aquello no estaba bien y provocar una revolución...Quién sabe, quién sabe.

viernes, octubre 03, 2008

Reflexiones de un vago

Uno de mis lectores me ha escrito reprochándome el hecho de que apenas escribo en este blog y que dedico demasiado tiempo a la lectura. Tiene razón este querido lector anónimo. La verdad es que llevaba sin escribir desde el mes de junio. Pero ya se sabe,que si las vacaciones, que si el trabajo, que si hago esto, que si hago lo otro. Además, he comenzado la escritura de un nuevo blog dedicado al cuento corto, cuya dirección incluyo en este post:

http://a-breve-dero.blogspot.com

En fin, procuraré escribir más a menudo. Todo sea por mis lectores. Por cierto.¿cuántos serán? Tal vez sea sólo uno. No lo sé. El caso es que el que me ha escrito tiene razón: a escribir tocan.

jueves, septiembre 18, 2008

Guerra y paz

"Guerra y paz", del gran novelista ruso León Tolstoi, es una auténtica maravilla de libro. No sólo conserva despierta mi mente, absorta por un trama que te obliga a pasar sin descanso hoja tras hoja, también mantiene en forma mi cuerpo. Cargar todos los días con sus cerca de 2000 páginas y sus varios kilos de peso constituye un ejercicio buenísimo, equivalente a un montón de flexiones o de levantamientos de pesas. Definitivamente, "Guerra y paz" me ayuda a cunplir ese viejo adagio latino que reza "mens sana in corpore sano".

viernes, junio 06, 2008

The same old story


Leo en el periódico una noticia que atrae mi curiosidad. En unas excavaciones en Alemania han descubierto una fosa común con 34 cadáveres de miembros de la misma tribu. Los investigadores han descubierto que todos los huesos pertenecen a hombres, niños y ancianos. Al parecer, hace 7.000 años, en pleno Neolítico, fueron asesinados por una tribu rival, que les atacó para secuestrar a sus mujeres. De ahí, que todas las víctimas de la masacre fuesen varones.
Lo peor de todo, a mi juicio, es que esta noticia podría referirse a muchos de los violentos episodios que suceden hoy en día. El hombre no ha cambiado demasiado. Hoy quizá no matemos por mujeres, por la necesidad imperiosa de reproducirnos y perpetuar nuestra estirpe, pero matamos por petróleo, oro y diamantes. Nuestros guerreros no llevan hachas de piedra sino fusiles automáticos y misiles teledirigidos. Nuestras tribus has sustituidos las pinturas de guerra por banderas e insignias. La codicia y la envidia siguen alimentando nuestro espíritu violento. Seguimos siendo ese mono sanguinario que ha bajado del árbol y que, si no lo remediamos, camina hacia su propia destrucción. ¿Una noticia de hace siete milenios? No, una noticia de ayer mismo.

viernes, abril 18, 2008

Noticias



Leo una noticia en el periódico acerca del descubrimiento en la isla de Borneo de una nueva especie de rana que posee una extraordinaria característica: carece de pulmones y respira a través de su viscosa piel. Así de raro. Por lo visto, no es el único batracio que respira de esa manera, pero a mí me ha parecido una noticia de lo más curioso. La Naturaleza nunca deja de sorprenderme. Cuando creemos que ya la tenemos dominada, que conocemos su funcionamiento, sus manifestaciones más nimias, aparece algo que vuelve a desconcertarnos y a relegarnos a nuestro humilde papel de meros observadores: una rana sin pulmones, un nuevo planeta, una nueva especie de dinosaurio. Son éstos los descubrimientos que me emocionan. Que atraen mi curiosidad. Las noticias que me gustan. No comprendo por qué aparecen en las últimas páginas de los periódicos, en los rincones de las web. Deberían estar en la portada de nuestros periódicos, y generar la misma inquietud que otras noticias menos trascendentes. Un nuevo planeta es para siempre. El ascenso de un político sólo durará unos cuantos años. Una rana sin pulmones es algo sorprendente, maravilloso. La caída de la Bolsa es vulgar, previsible, gris. No es que no me importe la política ni la economía, pero las noticias que más atraen mi interés, que leo con avidez son ésas. Que si han hecho una investigación sobre el lenguaje de los chimpancés. Que si han encontrado un fósil de un dinosaurio marino en medio del desierto. Que si han sacado nuevas fotos al planeta Marte. Las noticias que probablemente atraerían al gran Julio Verne. Noticias que enciendan mi espíritu romántico y aventurero. Pienso: "No todo está descubierto. Todavía es posible sorprenderse, vivir una aventura", y vuelvo a sentirme un niño.

miércoles, marzo 05, 2008

La cucaracha

Leo la siguiente noticia en el periódico. En la república ex soviética de Turkmenistán una cucaracha ha provocado el despido de 30 empleados de la televisión pública. Al parecer, el oscuro animalejo se paseó por encima de los papeles del presentador de los informativos más importantes de la televisión ante toda la audiencia del país. Unos días antes, el presidente del país le había encargado a su ministro de cultura modernizar el canal público heredado de las autoridades soviéticas. Así, pues no es de extrañar que se llevase semejante berrinche y decidiese cortar cabezas. Traten de imaginase la escena trasladada a nuestro país. Lorenzo Milá contando las noticias del día y una cucaracha paseándose tranquilamente por sus papeles. El escándalo sería de aúpa. Imaginen esa oposición, y la hilaridad que provocaría en las cadenas de la competencia.
La cuestión es la siguiente. ¿Quién le iba a decir a esa humilde cucaracha que sería capaz, en su corta vida, de provocar una crisis nacional en un país como Turkmenistán? A veces el destino nos gasta divertidísimas bromas. ¿El destino o el azar? Pienso en la famosa Teoría del Caos. En el llamado “efecto mariposa”.Una mariposa agita sus alas y, al provocar diversos cambios en la presión de la atmósfera, acaba siendo la causante de un tornado. Y ahora, sustituyamos a esa bella mariposa por una vulgar y sucia cucaracha. Juguemos con el azar e imaginemos. El paseo de la mariposa por el plató de los informativos de la ex república soviética provoca el despido de 30 empleados de la televisión pública. Uno de estos empleados, desesperado por haber perdido su trabajo y ante la imposibilidad de ofrecer un futuro digno a su familia, acaba suicidándose. Pero sigamos. El hijo pequeño del suicida, que se ve obligado a trabajar, que ve cómo su madre las pasa canutas para poder alimentar a su prole, engendra un odio terrible hacia el sistema que ha abocado a su padre al suicidio y a su familia a la miseria. El joven huérfano identifica claramente ese sistema con el mundo occidental y decide vengarse de él en cuanto le sea posible. Crece alimentando ese odio imborrable, crece con una idea fija en la cabeza: humillar a las poderosas naciones occidentales. Cuando cumple veinte años se une a un grupo terrorista islámico y participa en la colocación de varias bombas en diversas capitales europeas y americanas. Uno de estos atentados, que provoca miles de muertos, es el causante de una gran crisis a nivel mundial. Los EE.UU., heridos y desesperados, lanzan sus bombas atómicas contra algunos de los países de Oriente Medio a los que acusa de apoyar y acoger a los terroristas. Como consecuencia de este ataque, los islamistas de Pakistán derriban al gobierno de su país y lanzan sus bombas atómicas contra Occidente. Guerra Mundial. Fin de la especie humana, al menos tal como la conocemos. Caos. Fin del Mundo.
Y todo por culpa de esa cucaracha que osó pasearse por un plató de televisión. Así que la próxima vez que encuentren una cucaracha en el cuarto de baño o corriendo por las escaleras de su casa, por favor, no la espachurren, déjenla seguir su camino. Nunca se sabe lo que puede pasar.

jueves, febrero 21, 2008

Batalla

El angelito bueno que está sobre mi hombro derecho dice: "Escribe, escribe". El diablillo malo del otro hombro dice: "No lo hagas, no escribas, descansa, descansa". El angelito bueno insiste: "Escribe, no abandones a tus lectores". Y el diablillo: "Que les den a tus lectores. Descansa, vaguea".

Uf, creo que ganó el diablillo malo.

miércoles, febrero 13, 2008

La liebre blanca


Una vez más, leo una noticia en la prensa que me deja tristemente sorprendido. En Santa María de los Llanos, un pueblo de Cuenca, han cazado una liebre albina, es decir, 100% blanca. Se trataba de un ejemplar único, como Copito de Nieve, un caso rarísimo, pues el albinismo es una variante escasamente frecuente en la Naturaleza, y el artículo señala que las posibilidades de que el animal haya dejado una "descendencia blanca" son mínimas. Vamos, que será prácticamente imposible, al menos en muchísimos años, volver a ver una liebre albina campeando y brincando por tierras manchegas.
No puedo dejar de pensar, a tenor de lo que cuenta esta noticia, en la complicada relación del hombre con la Madre Naturaleza. En esa arraigada manía que tiene el género humano de "cargarse" o encerrar todo lo que es único y diferente en vez de conservarlo y cuidarlo como si fuese una extraña joya. De modo que vemos un animal irrepetible, un prodigio de la genética, y le metemos una perdigonada, aún sabiendo que nunca volveremos a toparnos con algo semejante. Además, la muerte de este bonito ejemplar de liebre no es fruto de la casualidad: al parecer, el animal había sido avistado hacía un año y medio, y desde entonces se había convertido en un objetivo de todas las batidas de caza. En fin, que tiempo hemos tenido para meditar acerca de lo que íbamos a hacer, para darnos cuenta de que si matábamos a la liebre, no volveríamos a verla jamás. Ahora, el animal va a ser disecado y formará parte de alguna colección de trofeos cinegéticos. ¿Podrá el poseedor de la misma comparar la belleza de un animal vivo con el gélido hieratismo de una pieza embalsamada? Así somos los hombres: irresponsables, diabólicamente egoístas. Queremos poseerlo todo, incluso lo que no nos pertenece, la fugacidad blanca de una liebre albina.