martes, julio 26, 2005

La vuelta

Ya estoy aquí de nuevo. Y lo digo en un doble sentido. Porque ya estoy aquí de nuevo, en este mi blog, en el que hacía mucho tiempo que no escribía; y ya estoy aquí de nuevo, en Madrid, tras mis vacaciones en Túnez. Han sido unos días maravillosos. Sol, desierto, playas, camellos, arena en los ojos y en la boca... En fin, las clásicas vacaciones de un ciudadano occidental en un país en vías de desarrollo. He vuelto, pero no es un retorno triste y frustrante. No. Las vacaciones representan casi siempre una oportunidad para viajar, conocer gente, descansar, practicar nuestros hobbies, romper con la rutina diaria y olvidarse del mundo durante unos días -un periodo de adorable excepcionalidad intercalado en la uniformidad de nuestra vida-; pero no por ello, debemos despreciar el resto del año. Sería como comernos la guinda y dejar en el plato la tarta de nata. La vida continúa y eso, de por sí, es una maravilla. Asistamos, pues, al milagro diario con nuestra acostumbrada perplejidad y disfrutemos del resto del viaje.

Por cierto, hablando de viajes, voy a tratar de poner por escrito mis experiencias como turista en Túnez. Experiencias, vivencias y, sobre todo, reflexiones surgidas a lo largo de mi viaje. No sé cómo llamaré a estas notas viajeras... No quiero ponerme en plan trascendental. Yo vi cosas, cosas que me hicieron pensar, y como tal vez, puedan interesarle a alguien, aquí van.

sábado, mayo 21, 2005

Lápiz y papel

En algún lugar de este planeta hay un nuevo Cervantes, un nuevo Shakespeare, un nuevo Homero, esperando su momento de gloria. Este genio ignorado reune todas las cualidades que hacen de un escritor un autor excepcional: talento, chispa, imaginación, lenguaje florido, intuición psicológica, capacidad introspectiva, instinto. Le faltan, sin embargo, dos elementos imprescindibles para hacer realidad su magna e influyente obra: lápiz y papel.

domingo, mayo 15, 2005

El gran egoísta

Lo confieso. Yo no leo blogs. Al menos, no los leo con asiduidad. La mayoría de los que he encontrado me parecen banales, frívolos, carentes de interés, y, sobre todo, mal escritos, pésimamente redactados. Mi amigo P. (que entiende mucho de estas cosas modernas) me ha recomendado alguno que otro que no está mal, pero en general, los blogs de mis congéneres me aburren soberanamente. Francamente, prefiero leer una novela, un buen poema, un buen cuento... Y sin embargo, nada me gustaría más que mi blog fuese leído por millones de personas, por todo el planeta, por el universo entero... ¿Egoísmo? ¿Egocentrismo? Pues tal vez sí, por qué negarlo. No soporto los blogs de los demás, pero quiero que se traguen el mío. En fin, nadie es perfecto.

martes, abril 26, 2005

Forever young

Hace unos días un buen amigo me llamó por teléfono y me propuso que fuéramos a ver un concierto de rock. No, no tocaba ninguna estrella del rock and roll o del pop, ningún grupo emergente o de vanguardia. Actuaba su hijo: un chaval que no llegará a los 20 años y que toca el bajo con el mismo entusiasmo con el que yo tocaba la guitarra a su edad. Viéndole, en aquel local lleno de chicos y chicas jóvenes, y mientras trataba de que su padre no me empapara la camisa con las babas que derramaba por su retoño, me sentí más viejo que nunca. ¿No debíamos ser su padre (mi amigo es pianista y compositor aunque no viva de la música) y yo (que me precio de gran guitarrista) los que teníamos que estar allí arriba, en el escenario? Cuando finalizó la actuación y tras los saludos y felicitaciones de rigor, miré mi reloj. Las once y cuarto. Tengo que irme. Mañana tengo una reunión (mentira cochina) y debo levantarme temprano.
Salimos a la calle y, como siempre que me ha sucedido cuando abandono un sitio cerrado y atestado de personas, la frescura del aire nocturno disipó mis angustias y restituyó mi alegría vital. En fin, qué más daba: por mucho que pasase el tiempo, en mis sueños seguiría siendo eternamente joven.

lunes, abril 18, 2005

Sobre el Yo

El hecho de que en el 75% de las fotos que aparecen en este blog salga yo, podría producir la falsa impresión de que el autor de los textos es un narcisista exacerbado. Nada más lejos de la verdad. Lo que realmente sucede es que no tengo más fotos que estas y algunas de paisajes que amablemente me envían ciertas personas y que de momento no he incluido porque no vienen mucho a cuento. Así que de momento me limito a poner las que tengo y sobre las que puedo hacer algún comentario. Sí, éste que aquí veis soy yo. En esta ocasión, mi retrato aparece impreso en la superficie de lo que da la impresión ser un suéter o un jersey. ¿Distorsión? ¿Deformación? ¿Permitiría un narcisista semejante tratamiento visual? Pues tal vez sí, pero éste no es el caso. En cualquier caso, este blog es un blog bastante particular y subjetivo, centrado exclusivamente en mis opiniones sobre lo que acontece en el mundo y sobre las impresiones que recibo de éste. Resulta evidente que no se trata de un blog temático y que todas las opiniones vertidas son completamente personales. Visto desde este punto de vista, he de reconocer que este blog es meramente un ejercicio de puro narcisismo. Rezuma subjetividad por todos lados. Pero ¿es posible hallar algo de objetividad en este mundo? Creo que no. Al fin y al cabo, todos analizamos y sentimos el universo, lo que nos rodea, desde un punto de vista exclusivamente personal. No existe nada más que nuestro pensamiento, no hay más ojos y oídos que los nuestros. De hecho, siempre me he preguntado, desde mi tierna infancia (así de raro era y soy), cómo seremos cada uno en realidad. Quiero decir, la imagen que de nosotros tenemos es la que reflejan los espejos, la que captan las fotografías y las cámaras de cine y vídeo; muy bien, pero no dejan de ser nuestros ojos los que reciben esa información visual y nuestro cerebro el que la procesa y la convierte en imágenes. Así que, en realidad, nunca sabremos cómo somos realmente. Sólo, cómo nos vemos, como nos entendemos. La ciencia demuestra que los animales ven el mundo de una manera que no tiene mucho que ver con la nuestra. El universo, desde el punto de vista de un caballo, es completamente diferente al mundo que nosotros percibimos y sentimos. ¿Cuál es la realidad de la realidad? ¿Son las cosas como creemos que son o son de otra manera? El solipsismo es una corriente filosófica que admite la existencia de uno mismo, de los pensamientos y sentimientos del individuo pensante, pero que reconoce la imposibilidad de demostrar la existencia del resto del universo. Es decir, yo sé que existo, porque pienso y siento, pero no sé si lo demás no es sino fruto de mi imaginación, un sueño, una fantasía, una percepción que no posee entidad real. No es una tontería. Descartes, en su Discurso del Método, se enfrentó con mucha seriedad al problema y necesitó la ayuda de Dios para poder demostrar la existencia de un universo real más allá del propio pensamiento. ¿Y ustedes qué opinan?

martes, abril 12, 2005

Escribir

Cada día aparecen en la Red unos 35.000 nuevos blogs o bitácoras (así llamamos en castellano a esta especie de diarios electrónicos que según algunos constituyen el fenómeno más novedoso y esperanzador de las nuevas comunicaciones), pero más del 90% desaparecen a los pocos meses. ¿Motivos? Fundamentalmente, abulia, dejadez, falta de vocación; en definitiva, que la gente se cansa y decide dedicar su tiempo a otros menesteres más productivos como echarse la siesta o hurgarse en la nariz. La verdad, no me extraña. Yo lo comprendo perfectamente. No creo que haya habido un solo escritor en la historia de la literatura al que no se le haya planteado alguna vez la duda entre seguir escribiendo, desperdiciando así los mejores años de su juventud, o simplemente vivir tranquilamente y sin preocupaciones como cualquier otro hijo de vecino. Escribir, digan lo que digan, es una acto heroico, un acto que nos ennoblece y nos ensalza como seres humanos, pero que al cabo no resulta tan gratificante como atragantarse con una buena mariscada o rascarse la espalda con un palo. Por eso, muchas veces los que queremos escribir, nos obligamos a escribir. "Escribe, escribe", grita tu enojada conciencia, "escribe, aunque sólo sea una línea. Sólo es escritor el que escribe". Bueno, eso último no me lo creo. Rulfo y otros muchos escritores se tiraron sin escribir casi toda su vida y todo el mundo les sigue considerando escritores. ¿Y Rimbaud? Dejo de escribir a los 18 años y se fue a vender armas a Etiopía. Y nadie pone en duda su valor literario como uno de los grandes de la poesía gala. En fin, cosas que pasan.
Pero bueno, yo ya no sé porque escribo esto, qué tiene que ver con el tema de los blogs. Ah, sí. Todo este discurso ha surgido porque he comentado al principio que más de un 90% de los blogs que aparecen diariamente en la red desaparecen al cabo de unas pocas semanas. Blogs de vocación escasa y vida efímera. ¿Cuánto durará el mío? Nadie, ni yo mismo, puede saberlo. Su redacción constituye para mí un magnífico ejercicio de estilo, una responsabilidad auto impuesta que me obliga a escribir de vez en cuando aunque sólo sea por una cuestión de vanidad artística, un pequeño escaparate donde exhibir ante el mundo mis ideas, mis sentimientos y mis elucubraciones. Pero el fantasma de la desgana nos acecha constantemente a todos los que decimos que queremos ser escritores y escribir. Tal vez un día, desesperanzado y agotado, decida sepultar este blog en el olvido. Pero hoy, desde luego, no es ese día.

sábado, marzo 26, 2005

Física, imaginación y "agujeros negros"

Leo un artículo sobre Stephen Hawking, el genial físico británico que ha teorizado sobre la existencia de los "agujeros negros" en el universo, y a quien una terrible enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, mantiene recluido en una silla de ruedas. La enfermedad le fue diagnosticada con poco más de veinte años y desde entonces su capacidad de movimiento se ha ido reduciendo paulatinamente con el transcurso de los años. Hoy en día, Stephen Hawking ya no puede hablar, por lo que se comunica gracias a un sintetizador de voz conectado a un teclado de ordenador que acciona gracias al poco movimiento que aún le queda en la mano izquierda. Su voz cibernética y metálica continúa hablándonos de las maravillas del universo, desvelándonos sus secretos, aportando luz donde sólo había oscuridad. Podríamos describir a Stephen Hawking como una de las mentes científicas más relevantes de nuestro tiempo encerrada en un cuerpo débil e inane. Una curiosa paradoja que parece sugerir la existencia de factores que quizá no dependan de las leyes de la Física y que sin embargo doten al universo de un significado que escapa a nuestro entendimiento. ¿Cuántas veces habrá meditado sobre el tema el propio Hawking? ¿Por qué a mí? ¿Por qué? Y ese "por qué" abarcará una doble interrogante: ¿Por qué esta cruel enfermedad? ¿Por qué tanta inteligencia?
Stephen Hawking se ha propuesto averiguar las verdades últimas del Universo. Esas preguntas que, lejos de ser retóricas, nos inquietan y constituyen motivo de angustia para la mayoría de los seres humanos en algún momento de su existencia. Me refiero a los consabidos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Según el científico británico es posible saber las respuestas y él está muy cerca de alcanzarlas. Su cerebro está en pleno funcionamiento, compitiendo contra el tiempo y la enfermedad en una dura carrera cuya meta no es otra más que el conocimiento total y absoluto: la omnisciencia. Pues bien, yo que no soy científico, no puedo sustraerme a la tentación de imaginar un posible final para esta historia. Un final que quisiera ser "borgiano", que podría ser digno colofón para esta historia de ironías y paradojas como es la de Stephen Hawking. Venga, cerrad los ojos y dejad volar vuestra imaginación por unos momentos. Tras muchos años de esfuerzos mentales, Stephen Hawking ha conseguido averiguar esas verdades a las que antes aludía. Sabe por qué estamos aquí, quiénes somos, adónde vamos, todo eso. Ahora conoce las leyes del universo como los jueces conocen el código penal. Y también, cuál es nuestro futuro, y el sentido de todas las cosas, el de nuestra existencia. En definitiva, lo sabe todo. Henchido de satisfacción, se dispone a dar la noticia al mundo, a transmitir sus conocimientos a la Humanidad, como un nuevo Prometeo anclado en una silla de ruedas, pero entonces, sólo entonces, se da cuenta de que ha perdido definitivamente su ya escasa capacidad de movimiento. Ya no puede accionar el teclado que le mantiene en comunicación con el mundo. Apenas puede respirar. Stephen Hawking ha quedado reducido a un vegetal pensante. Los miembros del equipo que le atiende le miran con benevolencia; él les mira con una pena infinita. En su cerebro se almacenan todos esos conocimientos que el Hombre ha buscado incansablemente desde el principio de los tiempos, las repuestas a todas las preguntas. Y sin embargo, nunca saldrán de allí, nunca traspasarán la frontera de su mente. Stephen Hawking llora en silencio. Le gustaría gritarles a todos que él sabe lo que está pasando, de qué va el Universo, por qué somos así, pero no puede, su boca está sellada, y cuando su cerebro muera, morirán con él todos sus conocimientos, todas las respuestas. Entonces, tal vez, Hawking piensa en Dios, Y averigua una última verdad de propina. Las circunstancias de su vida no dejan lugar a dudas: Dios le ha gastado una broma, ha estado jugando con él todo el tiempo. Tal vez sea el precio que haya que pagar por saberlo todo: saberlo y no poder contarlo. Entonces, Hawking sonríe interiormente y muere.
Venga, no digáis que a Jorge Luis no le gustaría.

martes, marzo 01, 2005

¿Un paraíso helado?

Esta foto la hizo mi mujer con su móvil. Y me viene muy bien para ilustrar el comentario que hice ayer acerca de la nieve. ¿A quién le puede gustar esto? Sólo a los osos polares y a los pingüinos. Yo, particularmente, preferiría estar en una soleada playa del Mediterráneo o del Caribe.

lunes, febrero 28, 2005

Ramillete de impresiones

Como dicen que dicen los chicos ahora, quedo con un amigo en el Messenger (para quien no lo sepa, el Messenger es una especie de "chat" a dos, que permite mantener conversaciones en tiempo real a través de mensajes escritos). Conversamos. Sobre lo divino y lo humano. Durante cerca de una hora. De repente, como en realidad nos encontramos bastante cerca, decidimos quedar a tomar una cerveza. A las siete. Muy bien. Llegamos al bar. Nos vemos las caras delante de una cerveza, una tónica y un pincho de tortilla helado. Sonrisas, palmadas, los típicos rituales de confraternidad masculina. Al principio, todo parece marchar bien. Intercambiamos algunas palabras, nos interesamos por nuestras respectivas, hablamos de ese amigo común que utilizamos a menudo para vertebrar algunas de nuestras conversaciones. Pero algo falla. Nuestra charla languidece, las frases no llegan a buen puerto, las palabras carecen de fuerza. Ambos luchamos denodadamente contra el silencio. Cosa curiosa. Hace una hora estábamos tecleando furiosamente todos nuestros pensamientos, en la pantalla de nuestro ordenador surgían torrentes de palabras, ideas, emociones. Y ahora que estamos uno al lado del otro, nos cuesta hablar. Tal vez sea que no nos gusta lo que vemos, esas arruguitas en el rostro del otro que nos recuerdan a las nuestras, esa frente despejada que podría ser la nuestras (ocultos en el anonimato que nos procura la cibernética todos somos más jóvenes y más altos, incluso más guapos e inteligentes); tal vez el ordenador se nos comió la lengua. No sé. Afortunadamente, la mujer de mi amigo viene a recogerle en coche. Nos despedimos apresuradamente. Adiós, adiós. Hasta la próxima. Nos vemos en el Messenger.
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Voy en un taxi por la Castellana. De pronto, surge ante mis ojos la silueta ennegrecida y ruinosa del edificio Windsor. Nunca me había fijado antes en él. Durante unos segundos contemplo el viejo rascacielos con interés morboso. El edificio exhibe ahora una belleza extraña e inquietante. ¿Es la opinión de un esnob? Ni mucho menos. Al fin y al cabo, cuando viajamos a Grecia o a Egipto nos hacemos fotos delante de edificaciones en peor estado, a veces nada más que piedras abandonadas en medio de un erial, que sin embargo a todos nos parecen hermosas y dignas de admiración. Pero además, este nuevo Windsor (sin duda alguna, su nombre le cuadra mucho mejor ahora, por lo decadente del apellido) encierra un significado mucho más profundo. ¿No os recuerda a uno de esos edificios que se ven en los reportajes sobre Beirut o Irak? A mí sí. De modo que por arte de magia (o del fuego), hemos transplantado un trocito de Oriente Medio a nuestro querido Madrid. Y tal vez sea eso lo que nos ha querido decir el fuego: recordad, idiotas que camináis por la calle Orense la Castellana en dirección a El Corte Inglés, recordad, todavía hay guerras ahí fuera.

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Ha nevado copiosamente en Madrid. Salgo a la calle. Las calles están cubiertas de blanco, todos los coches van pintados de blanco, las ramas de los árboles se inclinan bajo el peso de la nieve. La gente tiembla de frío, los ancianos caminan peligrosamente sobre el asfalto helado, todo el mundo trata de no escurrirse, de no pegársela y acabar con una pierna rota. Más de uno se abrirá hoy la cabeza. Sin embargo, todos mis vecinos y vecinas parecen felices. Sonríen. Sus ojos brillan de alegría. Imposible determinar si el rubor de sus mejillas es una consecuencia del frío o una manifestación más de su desbordante entusiasmo. Viéndoles hundir sus manos en la nieve uno podría pensar que sin duda aceptarían como un mal menor la hipotética amputación de sus dedos en caso de que éstos se congelasen si así pudieran seguir lanzándose bolas de nieve. La verdad, nunca he comprendido la fascinación que esta materia blanca caída del cielo ejerce sobre mis semejantes. La nieve no es más que nieve: la materialización de un fenómeno atmosférico que entre otras cosas provoca accidentes, roturas de huesos, gafas rotas, congelaciones, aísla pueblos, bloquea carreteras, impide que los aviones vuelen, además de crear el ambiente ideal para que los virus de la gripe salten de una persona a otra con elegancia deportiva. La pasión que mis congéneres (¿de verdad son mis congéneres?) demuestran por la nieve es impropia de una especie que ha alcanzado la Luna y ha clonado ovejas.

martes, febrero 08, 2005

Haciendo de crítico de cine

El viernes fui a ver “Alejandro Magno”, la última película de Oliver Stone. Me gustó. Creo que es una buena película de género histórico. Bien dirigida, con una interpretación razonable y con un guión muy dinámico que mantiene el interés del espectador durante sus casi 180 minutos de metraje. A destacar: la impresionantes imágenes de las ciudades de Alejandría y Babilonia, que satisfacen los deseos de cualquier aficionado a la Historia; la recreación de la batalla de Gaugamela, la belleza de Angelina Jolie (“Lara Croft”) en el papel de Olimpia, madre de Alejandro; la radical transformación de Val Kilmer (“Batman”, “The Doors”) en un desfigurado Filipo de Macedonia; y la valentía de Oliver Stone al mostrar sin demasiadas censuras algunos de los aspectos más polémicos de la vida del conquistador macedonio.
Sin embargo, la película también presenta algunos “fallos”. Por ejemplo, el personaje de Olimpia parece inmune al paso del tiempo. Su rostro se mantiene terso y resplandeciente durante todo el filme, a pesar de que al final del mismo, Angelina Jolie interpreta a una mujer que, siendo muy optimista en los cálculos, ronda la cincuentena. También resultan pintorescas, por anacrónicas, la soflamas que Alejandro pronuncia ante sus falanges animándolas a enfrentarse a los persas en nombre de su propia libertad como hombres y en la de los pueblos sojuzgados por Darío, rey de los persas. Ningún historiador serio aplicaría a Alejandro Magno el epíteto de “libertador”, más bien, todo lo contrario. Alejandro fue el típico rey de la Antigüedad, influido por la mentalidad y las circunstancias de su tiempo y jamás hubiera apelado a conceptos como “libertad” o “dignidad”. De hecho, reprimió duramente la rebelión de las polis griegas, que hasta ese momento habían encarnado el espíritu “democrático” de la época. Durante una década se dedicó a conquistar y crear un imperio y para ello no dudó en arrasar ciudades, masacrar pueblos, vender miles de prisionero y ejecutar rivales. Lo que sí es cierto (como de hecho refleja el filme de Oliver Stone) es que siempre trató de atraer las simpatías de los pueblos que conquistaba, respetando su cultura y su religión, estableciendo lazos de amistad con la aristocracia local y adoptando muchas de las costumbres del mundo oriental. Probablemente, Alejandro soñó con crear un imperio que sirviese de nexo de unión entre Europa y Asia, entre el Occidente racional y el Oriente místico. Evidentemente, no lo consiguió.
Por cierto, dos días más tarde, el domingo, volvieron a echar “Espartaco” por televisión y pude constatar la enormes disimilitudes entre ambas películas. Pero eso se merece otro comentario. Quizá más adelante.