Año nuevo, lectores nuevos
Hace ya un mes que sonaron las Doce Campanadas de Nochevieja. En aquellos breves momentos de tensión, marcados por el frenético tañido de las campanas de la Puerta del Sol, millones y millones de españoles formularon toda clase de propósitos bienintencionados para el año que estaba a punto de comenzar. Unos prometieron por enésima vez dejar de fumar; otros, aprender de una vez por todas el idioma de Shakespeare; algunos, en fin, se comprometieron a perder esos kilos de más que tanta vergüenza les hacen pasar cuando van a la playa. Yo, que no fumo, que me conformo con el poco inglés que sé, y que no me obsesionan las tallas, prometí, entre otras muchas cosas, actualizar más a menudo este blog.
Así pues, me he puesto manos a la obra y he comenzado a redactar esta primera entrada (“post” para los que han decidido mejorar su inglés) de 2007. Y de nuevo, como hace un par de años cuando puse en marcha este blog (“bitácora” para los voluntariosos defensores de la pureza de nuestro idioma) me invade una profunda emoción. Tengo la sensación de que durante este año aumentará sensiblemente el número de lectores de mi diario y no puedo evitar que me abrume la tremenda responsabilidad que comporta este hecho. Quién sabe. Tal vez en una ciudad japonesa un estudiante de castellano se ha topado con mi blog y ha decidido seguirlo con objeto de practicar nuestro idioma. Puede que en Chicago una inmigrante mexicana se entretenga leyendo mis cuitas un poco antes de comenzar su turno en el restaurante de comida rápida en el que trabaja. No sería descabellado imaginar que un grupo de niños kenyatas se tronchen de risa viendo mi retrato en el único ordenador de su escuela. En resumidas cuentas, puede que la botella con mensaje que arrojé al océano haya alcanzado alguna remota orilla.
Si es así, oh mis lectores, dondequiera que os encontréis, quienquiera que seáis, mostraos comprensivos y pacientes conmigo. Perdonad mi inconstancia, pues no es fruto de la desidia, sino de la falta de tiempo; sonreíd indulgentes si advertís desmesura en mis sarcasmos, pues no es su propósito herir, sino haceros reflexionar sobre las paradojas y la sinrazón de este mundo que nos ha tocado compartir. Y en cualquier caso, criticadme, despellejadme, ridiculizadme, menospreciadme, pisoteadme, pero no dejéis de leedme.