lunes, diciembre 18, 2006

El regreso

Hace más de tres meses que no escribo en este diario. La pereza y mis deberes laborales (más la primera que los segundos) han sido las causas de mi improductividad "literaria". Sin embargo, no quiero que nadie piense que he renunciado a la idea de escribir un "blog". Recuerdo que cuando comencé su redacción, señalé que la inmensa mayoría de los diarios de la llamada blogosfera sucumbían a los pocos meses, se desvanecían en el universo virtual como un puñado de arena en el océano. No será este el caso. De momento. Pienso seguir escribiendo, y si las fechas de mis anotaciones se distancian demasiado en el tiempo, no creáis que me he rendido, simplemente es que estoy descansando.

Miro la fecha de mi última anotación. Ha pasado mucho tiempo. Los diarios han sido concebidos para ser renovados diariamente. Cuando uno contempla un salto en el tiempo de relativa importancia, puede caer en la tentación de considerar, más bien de imaginar, que ese lapso temporal no ha se ha producido realmente, que la hoja en blanco del diario corresponde a un tiempo no vivido, no sucedido, a un no-tiempo. Siempre me he preguntado adónde van a parar esos minutos que las autoridades nos roban imponiendo cambios de hora a lo largo del año. Tal vez sea esa la verdadera "hora mágica". Los momentos que nuestro subconsciente aprovecha para darse un garbeo, para escapar de las sujeciones de nuestro yo racional. Es el "happy hour" del surrealismo. Los sueños hechos materia. Imaginad, imaginad. Nada de lo que suceda en esa hora en blanco, en esos minutos que ningún reloj marcará, será cierto, será real. Nada de lo que suceda logrará trascender y quedar registrado en los libros de Historia, en los periódicos matutinos y en los diarios personales. Será un tiempo vano y sin consecuencias, regido por las leyes de la amnesia. Quizá sea esa la hora en la que se pierden las cosas que nunca volvemos a encontrar, la de los sucesos inexplicables, la que explica tantos y tantos "deja vú". Y por cierto, ¿cuándo nos devolverán las autoridades implicadas en el asunto tantos y tantos minutos robados por sus iniciativas de ahorro energético? Ese tiempo nos pertenece, con todas sus horas de sol y mediodías limpios. Es nuestro. Reivindiquémoslo. Volvamos a poner las manecillas de nuestros relojes en su sitio. Sólo así recordaremos qué hicimos durante esa hora mágica.

martes, agosto 08, 2006

Diario de un tonto (A la manera de Leopoldo Ralón) 2

Amaneció. Éste es un hecho que viene repitiéndose cada mañana desde que tengo uso de razón y del que sospecho pudiera tratarse de una especie de Ley Universal o algo por el estilo. Hasta el día de hoy, el sol ha salido siempre, a veces de detrás de unas montañas, otras del fondo del mar, en ocasiones de un modo ostentoso y hasta solemne, otras de manera más discreta, casi sin darme cuenta. En cualquier caso, el astro nunca ha faltado a su cita, aunque desde luego, si se me permite introducir en este escrito una prosopopeya, no se le puede considerar un sujeto demasiado puntual. A veces se presenta a las seis de la madrugada y otras no aparece hasta las ocho. Es por esta razón por la que no acabo de estar seguro de que los movimientos del sol respondan a una Ley Universal. ¿Qué ley podría ser esa que se permite tantas irregularidades?

lunes, agosto 07, 2006

Diario de un tonto (A la manera de Leopoldo Ralón)

Es de noche y, por tanto, no luce el sol. En realidad, tenía pensado escribir algo más interesante, pero se me ha olvidado.

viernes, mayo 19, 2006

Oh, la, la

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París. Un paseo por la orilla del Sena. Turistas aguardando el ascensor que les elevará hasta el último piso de la Torre Eiffel. Puestos de libros de segunda mano, paisajes al óleo, fotos y souvenires. Entramos en Notre Dame pero Quasimodo no estaba allí: solo una turba de turistas japoneses disparando sus cámaras de fotos incesantemente. El metro de París es sucio, húmedo y desangelado. La Cité nos ofrece un cielo limpio y azul, como extraído de un cuadro impresionista. París es ciudad de grandes avenidas, de impresionantes perspectivas donde la mirada se pierde. París es música, es jazz, un luminoso solo de Django Reinhardt que no tiene fin. April in Paris.

jueves, marzo 16, 2006

Túnez 6 (Notas en diferido de un viaje)

Sí, ya se que han pasado más de seis meses desde que hice este viaje por Túnez, que estamos en pleno invierno, que las Navidades han quedado atrás, y que, probablemente, a nadie le interesen mis aventuras en el desierto tunecino, pero hace tiempo me propuse escribir estas notas y pienso hacerlo.

Para hacer más ameno el relato, pasaré por alto los aspectos más prosaicos del viaje –la hora del desayuno, los momentos pasados en el servicio, la compra de souvenires, etc.- y me centraré en aquellos episodios que creo pueden resultar más interesantes para un hipotético lector.

Vamos allá. Como ya sabrá el lector, principiaba el mes de Julio de 2005 y llevábamos dos días recorriendo el sur de Túnez. Aquel día, después de visitar un mercado local y comer en un restaurante de carretera, fuimos a visitar una aldea beduina. Tras recorrer una sinuosa carretera, el Land Rover nos dejó en la falda del monte en cuya cima se hallaba el poblado. Debían ser cerca de las cuatro de la tarde. Un sol esplendoroso achicharraba la tierra y todo cuanto osaba deambular por su superficie. Varios puestos de recuerdos y bebidas, estratégicamente situados, nos recordaban a todos nuestra condición de turistas occidentales. Un sufrido asno soportaba estoicamente el fuego de la tarde. Delante de nuestros ojos, discurría un polvoriento sendero que, retorciéndose como una serpiente enroscada en un tronco, conducía a la cima del monte. Comandados por nuestro guía, varias decenas de turistas emprendimos la subida. A nuestra derecha se alzaba una colina en cuya escarpada ladera, y manteniendo un delicado equilibrio, se erguían varias casuchas aplastadas por el sol. Sudábamos. Nuestros pies levantaban pesadas nubes de polvo. Cuanto más subíamos, más nos separábamos unos de otros, y pronto nuestro grupo se transformó en una discontinua hilera de turistas que, echando el bofe, trataban de alcanzar la cima de la montaña. Habíamos recorrido sólo una cuarta parte del camino, cuando, de repente, aparece un niño de unos once ó doce años que nos saluda mostrándonos su mejor sonrisa. El niño, flaco y renegrido, quiere vendernos una piedra que, según inferimos de su chapurreo, posee cierto valor geológico. Aunque lanza leves destellos como si contuviese algún elemento cristalino, no dejar de ser una piedra corriente y moliente, que sin duda el muchacho ha recogido poco antes del suelo. Sin embargo, es tanta la vehemencia con que nos pide que le compremos el guijarro, que nos apiadamos del muchacho y le damos unas cuantas monedas a cambio de nada. Pero, ay Dios Mío, lejos de contentarle, nuestra pequeña dádiva no hace sino excitar su codicia y comienza a pedirnos más y más monedas. Es una situación angustiosa y triste. La miseria aporrea la puerta tras la cual habita nuestra conciencia de malcriados turistas occidentales. El muchacho insiste en vendernos la piedra y comienza a seguirnos a pesar de que le decimos que no la queremos. Como surgidos de las rocas que jalonan el sendero, aparecen otros muchachos de su edad que nos ofrecen más piedras. Les damos toda la calderilla que llevamos, pero no es suficiente. Ellos saben que tenemos más, que en nuestro país tenemos una televisión panorámica, un reproductor de DVD’s, otro de mp3’s y muchas cosas más. Algunos nos ponen la piedra que tratan de vendernos en la palma de la mano y dan por cerrado el trato. Es triste, pero no podemos hacer nada, tan sólo dejar la piedra que acaban de darnos en el suelo y seguir nuestro camino con ese gesto de indolencia e inflexible determinación que todo buen turista occidental no de ha de olvida echar en su equipaje.
Por fin, llegamos a la cima de la colina. Una pequeña plaza, unas cuantas casas de paredes blancas y resquebrajadas, un puesto de refrescos atendido por un muchacho pelirrojo. Tras una breve disertación sobre la cultura de los beduinos, el guía coge por el hombro al muchacho de los refrescos y lo exhibe ante nuestros ojos como la prueba viviente de la existencia de individuos de origen bárbaro en la población de Túnez. Si, sin duda, son los descendientes de aquellos vándalos que cruzaron el Estrecho en el siglo V. El muchacho sonríe, y si no fuera porque no entiende español, todos creeríamos que se siente orgulloso de sus históricos ancestros. De cualquier modo, al cabo de un rato regresa al negocio de los refrescos, sin duda mucho más rentable que el de la Historia. Abandonamos la plazoleta y emprendemos el regreso a los coches, circundando la cumbre de la montaña y descendiendo por otra ladera diferente a la que hemos empleado para subir. Aún así, y sin que podamos explicarnos cómo lo han logrado, nos vemos rodeados de nuevo por los niños de las piedras. Su tenacidad es, desde luego, admirable. Nos hemos quedado sin monedas, sin bolígrafos, sin gorras, sin caramelos. ¿Qué podemos hacer? Sus miradas ansiosas, sus manos trémulas, el tono acuciante de sus voces infantiles, todos sus gestos y expresiones conforman una acusación dirigida directamente a nuestra conciencia, a la conciencia de la Humanidad entera. Sí, claro que podemos hacer más. Meternos en nuestros flamantes Land Rover, encender el aire acondicionado y mirar, como cobardes, a otro lado. Posted by Picasa

martes, febrero 21, 2006

Paraísos

En las últimas semanas han aparecido en todos los medios de comunicación noticias acerca del descubrimiento de dos auténticos paraísos naturales. Uno de ellos, perdido en la selva de Papúa; el otro, si no me equivoco, en las profundidades marinas del Pacífico. Ambos poseen una tremenda riqueza ecológica. Se han encontrado especies animales y botánicas desconocidas, e incluso, una variedad de canguro que se creía extinguida. Los científicos están gratamente sorprendidos. Los dos ecosistemas, tanto el terrestre como el marino, han permanecido inalterados durante siglos. No es posible hallar en ellos la huella del hombre, ni siquiera la de las tribus indígenas en el caso del ecosistema descubierto en Papúa. Todos los medios de comunicación coinciden en señalar que se trata de dos verdaderos paraísos, probablemente de los últimos, y dicen esto, precisamente porque no se ha encontrado en ellos el más mínimo vestigio de presencia humana. Curioso ¿no? Es decir, que damos por hecho que para que un lugar pueda ser calificado de paraíso debe cumplir una condición sine quanon: hallarse libre de la presencia del hombre. O lo que es lo mismo, un lugar habitado por la especie humana puede ser cualquier cosa menos un paraíso. Posted by Picasa

martes, febrero 14, 2006

Un arrebato de sinceridad

Iba a escribir algo más elaborado, pero estoy cansado y no me da la gana, así que lo dejo para otra ocasión. Quizá mañana.

viernes, febrero 10, 2006

I'm back

Sólo recordar a mis escasos lectores, que, aunque debido a mi larga ausencia pudiera parecer lo contrario, aquí sigo. Espero que en las próximas semanas logre sacar tiempo para publicar nuevas entradas. Dicen que quien mucho abarca, poco aprieta, y creo que ése es mi caso: que si el trabajo, que si los cuentos, que si las lecturas pertinentes, que si la música, que si el vídeo... Uno quisiera ser el Leonardo del siglo XXI, pero se queda en un individuo con muchos "hobbies". En fin, trataremos de remediarlo. Prometo actualizar más a menudo este blog. Así que hasta pronto.