sábado, marzo 26, 2005

Física, imaginación y "agujeros negros"

Leo un artículo sobre Stephen Hawking, el genial físico británico que ha teorizado sobre la existencia de los "agujeros negros" en el universo, y a quien una terrible enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, mantiene recluido en una silla de ruedas. La enfermedad le fue diagnosticada con poco más de veinte años y desde entonces su capacidad de movimiento se ha ido reduciendo paulatinamente con el transcurso de los años. Hoy en día, Stephen Hawking ya no puede hablar, por lo que se comunica gracias a un sintetizador de voz conectado a un teclado de ordenador que acciona gracias al poco movimiento que aún le queda en la mano izquierda. Su voz cibernética y metálica continúa hablándonos de las maravillas del universo, desvelándonos sus secretos, aportando luz donde sólo había oscuridad. Podríamos describir a Stephen Hawking como una de las mentes científicas más relevantes de nuestro tiempo encerrada en un cuerpo débil e inane. Una curiosa paradoja que parece sugerir la existencia de factores que quizá no dependan de las leyes de la Física y que sin embargo doten al universo de un significado que escapa a nuestro entendimiento. ¿Cuántas veces habrá meditado sobre el tema el propio Hawking? ¿Por qué a mí? ¿Por qué? Y ese "por qué" abarcará una doble interrogante: ¿Por qué esta cruel enfermedad? ¿Por qué tanta inteligencia?
Stephen Hawking se ha propuesto averiguar las verdades últimas del Universo. Esas preguntas que, lejos de ser retóricas, nos inquietan y constituyen motivo de angustia para la mayoría de los seres humanos en algún momento de su existencia. Me refiero a los consabidos: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Según el científico británico es posible saber las respuestas y él está muy cerca de alcanzarlas. Su cerebro está en pleno funcionamiento, compitiendo contra el tiempo y la enfermedad en una dura carrera cuya meta no es otra más que el conocimiento total y absoluto: la omnisciencia. Pues bien, yo que no soy científico, no puedo sustraerme a la tentación de imaginar un posible final para esta historia. Un final que quisiera ser "borgiano", que podría ser digno colofón para esta historia de ironías y paradojas como es la de Stephen Hawking. Venga, cerrad los ojos y dejad volar vuestra imaginación por unos momentos. Tras muchos años de esfuerzos mentales, Stephen Hawking ha conseguido averiguar esas verdades a las que antes aludía. Sabe por qué estamos aquí, quiénes somos, adónde vamos, todo eso. Ahora conoce las leyes del universo como los jueces conocen el código penal. Y también, cuál es nuestro futuro, y el sentido de todas las cosas, el de nuestra existencia. En definitiva, lo sabe todo. Henchido de satisfacción, se dispone a dar la noticia al mundo, a transmitir sus conocimientos a la Humanidad, como un nuevo Prometeo anclado en una silla de ruedas, pero entonces, sólo entonces, se da cuenta de que ha perdido definitivamente su ya escasa capacidad de movimiento. Ya no puede accionar el teclado que le mantiene en comunicación con el mundo. Apenas puede respirar. Stephen Hawking ha quedado reducido a un vegetal pensante. Los miembros del equipo que le atiende le miran con benevolencia; él les mira con una pena infinita. En su cerebro se almacenan todos esos conocimientos que el Hombre ha buscado incansablemente desde el principio de los tiempos, las repuestas a todas las preguntas. Y sin embargo, nunca saldrán de allí, nunca traspasarán la frontera de su mente. Stephen Hawking llora en silencio. Le gustaría gritarles a todos que él sabe lo que está pasando, de qué va el Universo, por qué somos así, pero no puede, su boca está sellada, y cuando su cerebro muera, morirán con él todos sus conocimientos, todas las respuestas. Entonces, tal vez, Hawking piensa en Dios, Y averigua una última verdad de propina. Las circunstancias de su vida no dejan lugar a dudas: Dios le ha gastado una broma, ha estado jugando con él todo el tiempo. Tal vez sea el precio que haya que pagar por saberlo todo: saberlo y no poder contarlo. Entonces, Hawking sonríe interiormente y muere.
Venga, no digáis que a Jorge Luis no le gustaría.