Sobre los móviles
De acuerdo, son increíblemente útiles, salvan a montañeros y automovilistas perdidos, transmiten mensajes de amor y paz, avisan a los servicios de urgencia, y también sirven para decir a tu mujer que el autobús no aparece y que llegarás tarde a cenar, o para que tu hija adolescente te tranquilice esa primera vez que va a la discoteca light... Muy bien, pero también desvelan algunos de los aspectos más desagradables y deprimentes de la existencia humana. Estoy hablando de los teléfonos móviles. No, no se crean, yo llevo uno en el bolsillo, y más de una vez me ha sacado de un aprieto... Los móviles no tienen la culpa de la imagen que ayudan a proyectar de sus dueños... Son éstos los culpables. El problema de los móviles es que cuando los utilizamos nos olvidamos de dónde estamos. Y también de las personas que nos rodean en ese momento. Estos pequeños aparatitos establecen una especie de franqueza universal, donde no caben pudores e inhibiciones. Y da igual el lugar donde recibas o hagas la llamada. Yo he oído a una mujer relatar sus problemas con la menstruación en un autobús atestado de gente, y a otra contar en público la historia de sus hemorroides. Pero esta aparente falta de recato no es exclusiva del género femenino. Los hombres también "rajan". No es extraño encontrarse en el autobús a uno de esos tipos trajeados y con corbata empeñados en que los demás sepamos cuánto trabajan, que importantes son, amén de mil detalles anodinos y aburridos sobre la labor que realizan y sobre la empresa en la que pasan la mayor parte del día. Apuesto a que gritan para que les oigamos y quedemos fascinados por el volumen de ventas que ellos consiguieron solitos, o nos sintamos partícipes de las conclusiones alcanzadas en la última reunión. Oh, callaos, dejadnos leer o simplemente contemplar la calle por la que vamos. Acostumbrados nuestros oídos al perenne rumor de la ciudad, a esa amalgama sonora compuesta de cláxones, gritos, pitidos, crujidos, máquinas en funcionamiento, voces y suspiros, no vengáis a alterar nuestra precaria paz con esos graznidos que llamáis conversación telefónica.