miércoles, diciembre 28, 2005

Momentum Misticum

Vuelvo de hacer unas compras en el hipermercado. Voy cargado con dos bolsas de plástico llenas de fruta, latas, tarros y productos de limpieza. Como me duelen las manos de tanto peso y estoy cansado, decido meterme por un atajo. Se trata de un camino de baldosas que trepa por una pendiente sobre la cual se asienta un pequeño parque. Son las dos de la tarde y estamos a finales de otoño. Luce el sol y todavía hace calor, pero a medida que avanzo por el camino de baldosas me va envolviendo una atmósfera realmente otoñal. Atrás quedan el ruido del tráfico, el bullicio de la ciudad. Los árboles extienden sus sombras sobre la hierba del parque, que, por estar encajado entre los edificios de una urbanización, se halla sumido en una penumbra que recuerda a la de un bosque. El ambiente es silencioso, apacible, casi monacal. Camino deprisa porque las asas de plástico me hacen daño en las manos, pero al llegar a un claro el sonido del viento detiene mis pasos. Es un suave y atrayente susurro que me habla al oído con un lenguaje mágico y primigenio. Dejo las bolsas en el suelo y me pongo a contemplar el parque. El sol ilumina el claro con una luz pura, casi azulada. El viento se arrastra por el césped haciendo crujir su manto de hojas secas. Escucho atentamente este crujido: miles de hojas entrechocándose unas con otras, rozando su borde, friccionando sus quebradizas superficies contra el suelo. Una delicada sinfonía que sólo el otoño puede ofrecerme. Y entonces, durante unos segundos, me parece percibir el movimiento rotatorio de nuestro planeta, el silencioso quehacer de la naturaleza entera, la lejana presencia de los astros que la luz del sol me oculta, el aliento del Gran Espíritu Universal, que todo lo mueve y del cual todos somos manifestaciones. La belleza embriaga mis sentidos. El cielo azul me parece sencillamente hermoso. Las hojas que el viento hace crepitar, sublimes creaciones de la Naturaleza. Nada me parece casual. Todo es pura contingencia, necesidad absoluta. Me fundo con el Universo, me sumo a su eterna corriente. Soy feliz.

Sin embargo, también soy un hombre del siglo XXI, era prosaica y funcional. Debo atender mis deberes de consumidor. Así que recojo las bolsas de la compra y me apresuro a volver a casa.