martes, abril 26, 2005

Forever young

Hace unos días un buen amigo me llamó por teléfono y me propuso que fuéramos a ver un concierto de rock. No, no tocaba ninguna estrella del rock and roll o del pop, ningún grupo emergente o de vanguardia. Actuaba su hijo: un chaval que no llegará a los 20 años y que toca el bajo con el mismo entusiasmo con el que yo tocaba la guitarra a su edad. Viéndole, en aquel local lleno de chicos y chicas jóvenes, y mientras trataba de que su padre no me empapara la camisa con las babas que derramaba por su retoño, me sentí más viejo que nunca. ¿No debíamos ser su padre (mi amigo es pianista y compositor aunque no viva de la música) y yo (que me precio de gran guitarrista) los que teníamos que estar allí arriba, en el escenario? Cuando finalizó la actuación y tras los saludos y felicitaciones de rigor, miré mi reloj. Las once y cuarto. Tengo que irme. Mañana tengo una reunión (mentira cochina) y debo levantarme temprano.
Salimos a la calle y, como siempre que me ha sucedido cuando abandono un sitio cerrado y atestado de personas, la frescura del aire nocturno disipó mis angustias y restituyó mi alegría vital. En fin, qué más daba: por mucho que pasase el tiempo, en mis sueños seguiría siendo eternamente joven.